En la vida cotidiana, una Escuela de música representa la opción adecuada para la formación de personas con inclinaciones artístico-musicales, o también puede representar una opción que complemente la preparación académica de los jóvenes.
Sin embargo, en una sociedad como la nuestra, distorsionada, donde lo cotidiano se ha transformado en angustia por la supervivencia, la Escuela de Música adquiere un valor añadido, un mérito insuperable.
Cada día, batallamos contra los pormenores de esta autocracia, profesores, representantes, alumnos, todo el personal de la Escuela, procuramos la excelencia en el desempeño del trabajo. Oprimidos y comprimidos por una realidad ajena a las buenas costumbres y al sentido común, echamos los problemas a un lado y nos entregamos a nuestras labores, recibiendo como recompensa esa dulce esperanza en forma de sonrisas que colman los salones de clases.
¿Cuándo pasará todo esto? No sabemos, queridos alumnos, colegas y representantes. Pero, debemos reflexionar y entender algo: el país no quedará en ruinas. Probablemente habrá grandes ajustes y sacrificios socio-económicos para llegar a la normalidad. Ruina es precisamente aquello que tenemos en el estamento político.
No obstante, persiste otra Venezuela, la verdadera, la que está secuestrada.
Nuestra Escuela de música, que es parte de esa otra Venezuela, y es ahí donde radica su grandeza, sigue siendo una de las bases fundamentales de la sociedad, esa sociedad que necesitamos robustecer y que se encuentra repleta de grandes artistas.
Todos esos valores humanos que seguimos formando harán que se olvide la miseria de estos tiempos, porque nuestra vocación como músicos y docentes no la adquirimos por medio de decretos ni asambleas fraudulentas. La adquirimos por convicción propia. Decidimos consagrar nuestra vida a la magia del sonido, a esa pasión que protege el alma contra el tedio y la mediocridad circundante.
Nuestro aporte, queridos amigos, se consolida día a día, durante cada clase, trabajando cual guerreros, porque no nos dejamos atemorizar ni arrodillar por esta injusta situación. El ejemplo que damos, ese amor por la enseñanza y el arte, será la gran herencia para los alumnos y sigue siendo la luz que incomodará las mentes plagadas de roja indigencia, alejadas completamente del sentir humano y de la noción de arte.
Nada nos identifica con esta barbarie. Venezuela y nuestra Escuela de Música seguirán siendo espacios donde podamos seguir ofrendando nuestras virtudes y desplegando nuestras esperanzas.
José Baroni
Profesor de Armonía e Historia de la Música
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